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Cafés cantantes en Sevilla

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A principios del siglo XX el flamenco en Andalucía, y prácticamente en toda España, disfruta de una época de especial esplendor, ya que se dieron las condiciones adecuadas que crearon un público aficionado a nuestro arte y una serie de figuras del cante, de la guitarra y del baile de altísima calidad en un flamenco que se había profesionalizado; gracias a unos establecimientos que cumplieron un papel fundamental en el fomento y divulgación de nuestra cultura: los cafés cantantes.

Los cafés cantantes surgieron a mediados del siglo XIX, como locales privados abiertos al público para su ocio y entretenimiento, en los que se realizaban espectáculos de cante, toque y baile flamenco. Si bien estos espectáculos convivían con otros estilos musicales y actuaciones de todo tipo, no tardaron mucho en convertirse en el foco de atracción principal dentro de este tipo de locales; los espectáculos flamencos comenzaban así a abrirse terreno en nuevos espacios públicos.

A partir de 1846 estos establecimientos proliferan y empiezan a crearse en gran número en las principales ciudades andaluzas y en Madrid –donde llegaron a funcionar hasta 50 a la vez y en los que participaba lo mejor de los cafés andaluces-; pero fueron sin duda los cafés cantantes sevillanos los que marcaron el rumbo y destino de estos establecimientos.

Se extendieron también a las zonas más rurales, pero con menos refinamiento y con un claro predominio de los cantes y cantaores locales. Y esa nueva forma de mostrar la cultura flamenca terminó llegando a toda España a través de los cafés, pues todo lo mejor del género flamenco pasaba por sus tablas.

Podemos decir que en ellos se escribe gran parte de la historia del flamenco. De hecho, jugaron un papel muy importante en la misma, repercutiendo positivamente en nuestro arte; tras una época en la que la exhibición estaba bastante restringida y mal vista por la alta sociedad, comienza a despertar un gran interés cultural entre el gran público, dejando de ser conocido por una minoría encerrada en bares, tabernas o fiestas privadas y llegando a todas las clases sociales, incluso fuera de las fronteras andaluzas.

Además de acoger a las más importantes figuras de la historia del flamenco, atraían a todos los intelectuales de la época, que acudían con asiduidad para disfrutar del arte jondo –entre muchos otros nombres podemos recordar a Jacinto Benavente, Borges, Estébanez Calderón o George Borrow-, dándoles posteriormente mayor difusión y creando nuevos adeptos.

Fueron también indispensables para la profesionalización del sector flamenco en el que, mediante la superación y competencia entre sus intérpretes, experimentó una gran evolución y riqueza artística en cada uno de ellos, así como en sus estilos y palos flamencos; quedando algunos de ellos bien definidos y perfeccionados.

A esto hay que sumar, que el hecho de que los artistas de diferentes lugares se conocieran y convivieran entre sí provocó una generalización e intercambio de repertorios y estilos, que dejan de ser estrictamente locales.

La competencia, a veces, se volvía feroz; hasta el punto en que Tomás el Nitri (Tomás Francisco Lázaro de la Santa Trinidad, 1838-1877) se negaba a cantar delante de Silverio (Silverio Franconetti Aguilar, 1823-1889), para no quedar en un –supuesto- ridículo delante del maestro. No obstante, la primera llave del cante fue para Tomás, recibiéndola como reconocimiento a su maestría en una fiesta –algunos afirman que se la entregaron sus amigos con motivo de ser quien abría y cerraba todas las fiestas del lugar-.

Eran cada vez más los artistas, gitanos y payos procedentes de toda la geografía andaluza los que querían ser partícipes, consiguiendo una gran actividad profesional en el sector y un gran incremento en el valor de su trabajo; dejándonos en herencia un repertorio de incalculable valor, transmitido no sólo de padres a hijos y de maestros a alumnos, sino también en forma de grabaciones que se conservan a partir de la década de 1890 y que son una de las principales fuentes de las que beben todos los flamencos actuales, muestra de la grandeza e importancia que la época de los cafés cantantes ha aportado al flamenco.

En este flamenco de café, se empieza a eliminar por completo el resto de instrumentos acompañantes como las panderetas, violines o bandurrias procedentes del resto de estilos que se practicaban en sus tablas; dejando a la voz y a la guitarra como forma principal de expresión en el flamenco.

En sus inicios, la atracción principal era el baile, usando el cante como intermedio entre una actuación y otra, siempre a cargo de los mejores cantaores, pero poco a poco el cante empezó a adquirir más importancia hasta crear tanta o más afición; con esto podemos decir que nace el cante para escuchar, hacia 1870, con un público dispuesto a hacerlo y en cuyos intermedios se ejecutaban los bailes, que cada vez eran menos boleros y folclóricos y más flamencos.

En torno a estas circunstancias se crea una época dorada del flamenco en el que surgen muchas de las grandes figuras de la historia del flamenco, como los propios Tomás el Nitri y Silverio Franconetti, Don Antonio Chacón (Antonio Chacón García, 1869-1929), Curro Durse (Francisco de Paula Fernández Bohiga, 1825), Enrique El Mellizo (Francisco Antonio Enrique Jiménez Fernández, 1848-1906), Manuel Torre (Manuel Soto Loreto, 1878-1933), Juan Breva (Antonio Ortega Escalona, 1844-1918), Fosforito el Viejo (Francisco Lema, 1869-1940), El Mochuelo (Antonio Pozo Millán, 1868-1937), el Niño de Cabra (Cayetano Muriel Reyes, 1870-1947), Ramón Montoya (Ramón Montoya Salazar, 1879-1949), El Canario (Juan de la Cruz Reyes Osuna, 1857-1885), La Malena (Magdalena Seda Loreto, 1877-1956), La Macarrona (Juana Vargas, 1860-1947)… entre una lista interminable de intérpretes cuyo arte ha llegado hasta nuestros días a través de la historia y, en algunos casos, de registros sonoros.

En cuanto a la decoración de estos locales, seguían siempre el mismo patrón y se podía comparar, en rasgos generales, con la de las actuales peñas flamencas, ya que éstas comparten una naturaleza común; amplios salones con mesas y barra de bar, paredes decoradas principalmente con cuadros y motivos relacionados con la temática flamenca y a veces taurina; y un tablao en el que todos los artistas hacían sus espectáculos. Iluminados por velones y quinqués, o lámparas de gas en sus últimos años, algunos de estos locales conservan sus edificios originales; aunque la mayoría ya no existe.

Un comienzo para los cafés cantantes en Sevilla

La primera referencia de la que se tiene constancia, es la que hace el cantaor Fernando de Triana (1867-1940) en sus memorias, en las que habla sobre la apertura de Los Lombardos, situado en la calle del mismo nombre –actualmente Castelar-, en 1947. No obstante, este dato es aportado por Fernando nueve décadas después, sobre un momento en el que él tampoco había nacido, por lo que no se puede asegurar que aquel local fuera en realidad un café cantante o una simple taberna en la que reunían los flamencos, como ocurría en la época.

Lugares con encanto

Si hacemos una ruta por Sevilla visitando los lugares en los que estuvieron asentados, podremos encontrar algunos de esos edificios aún en pie –aunque, lógicamente, con otras utilidades-.

Fueron muchos los cafés cantantes que se asentaron en Sevilla durante esta época; aunque algunos adquirieron gran fama incluso fuera de nuestras fronteras, por la calidad de los espectáculos y los artistas que en ellos participaban. No obstante, el más importante de todos ellos, casi tanto como todos los demás juntos, fue el Café de Silverio; una auténtica universidad del cante, el toque y el baile.

Haciendo un breve resumen de la localización de los cafés cantantes, estos serían los más destacables:

Café de Lombardos

El más antiguo –según Fernando el de Triana-, situado entonces en la calle de los Lombardos –actualmente Muñoz Olivé-. Una de sus principales protagonistas fue la bailaora Juana la Macarrona.

Café Teatro Suizo

Estaba situado en la calle Sierpes en los números 27 y 29, con salidas por las calles Cuna y Limones, desde 1860 hasta 1899. El emblemático edificio fue posteriormente convertido en el conocido Teatro Imperial. Los artistas a destacar en este café fueron el maestro Pericet y Las Coquineras. Se hizo también por ser el primer local en Sevilla en ofrecer una sesión cinematográfica.

Café de Los Cagajones

Situado en la Plaza de la Paja –actualmente Plaza Ponce de León- en la década de 1860. En él debutaron figuras como José Patiño y Antonio el Sevillano.

Café de Las Triperas

Sito en la calle Triperas –actualmente Velázquez- fue un escenario en el que debutaron muchos y grandes artistas; entre las figuras conocidas que pasaron por sus tablas podemos destacar a José Otero y Pastora Imperio –motivo por el cual podemos encontrar actualmente un busto de la bailaora-.

Salón Oriente / Salón Barrera

Propiedad del bailaor Manuel de la Barrera y sus hijos hasta su cierre en 1884, abrió sus puertas en el número 10 de la calle Trajano en 1865. Según el escritor José Luis Ortiz Nuevo fue en un anuncio de este café en el que se usó por primera vez la palabra “flamenco”, en una gacetilla con fecha 21/04/1866 bajo el titular “Gran concierto de bailes del país con cantos y bailes flamencos”.

Café del Burrero / Café de la Escalerilla / Salón Recreo

Situado en el número 1 de la calle Tarifa, de esquina con la calle Amor de Dios, tuvo sus puertas abiertas de 1865 a 1880. Antes de convertirse en el Café del Burrero, Luis Botella regentaba en este local el Salón Recreo, también llamado algún tiempo Café Botella –antes de eso era una academia de baile dirigida por Miguel de la Barrera-. Tras la marcha de Botella, Silverio Franconetti y El Burrero (Manuel Ojeda) se asociaron para crear en el local el llamado Café de la Escalerilla, posteriormente convertido en el Café del Burrero; uno de los más conocidos e importantes de toda la geografía española.

En el año 1881 cerró sus puertas; Silverio y El Burrero separaron sus caminos para continuar en solitario en otras ubicaciones, en una disputa que dio lugar a toda una leyenda del flamenco sevillano.

El Burrero fue trasladado al número 11 de la calle Sierpes, hasta que la muerte de Manuel Ojeda provocó su cierre definitivo en los primeros años del siglo XX.

Fueron muchas y muy importantes todas las figuras que allí actuaban; entre los que podemos destacar a Fosforito el Viejo, El Canario, La Carbonera y el propio Silverio.

Café de Silverio

Cuando Silverio Franconetti se separó de su socio El Burrero en 1881, decidió montar su propio café cantantente, con el que tuvo un gran éxito. Estaba situado en el número 4 de la calle Rosario –entre Tetuán y Méndez Núñez- y llegó a tener una fama sin igual, obtenida por supuesto por la gran calidad de los artistas que en él participaban.

Don Antonio Chacón, conocido como “El Papa del cante” fue uno de sus más importantes miembros, a partir de 1886. Otros grandes artistas, como La Serneta, La Macaca, Pepa de Oro (creadora de la famosa milonga), Antonia La Gamba, La Rubia, El Perote, La Macarrona, La Malena, La Parrala o Antonio el Pintor, entre otros muchos, pisaron también sus tablas.

Se generó en este tiempo una rivalidad tan grande entre Chacón y Fosforito por el trono del cante, que Silverio y El Burrero se vieron obligados a ponerse de acuerdo en cuanto a horarios, para que el público pudiera asistir a los dos cafés en la misma noche y así ver a los dos cantaores.

Silverio cambió de nuevo su ubicación para mudarse de nuevo a La Campana, donde abrió el Café Novedades, en el que contó con artistas como Juan Breva, la Niña de los Peines o El Mochuelo… hasta que en 1889 Silverio decidiera cerrarlo definitivamente. Este año fue también el de la muerte de Silverio.

Salón Novedades

Fernando González de la Serna y Pino fundó en 1897 el Salón Novedades con el objetivo de recuperar el espacio artístico que llenaban los antiguos cafés del Burrero y de Silverio, en el número 7 de la calle Santa María de Gracia, esquina con la calle Martín Villa –antes llamada Calle Plata-. El edificio, construido en el siglo XVIII fue derribado en 1923, ante una multitud de personas que portaban pancartas en las que se podía leer “Novedades, nunca te olvidaremos”. Fue escenario de artistas como el Niño Medina, Manuel Torre, La Coquinera o la Niña de los Peines. Dio la oportunidad a algunos jóvenes que por aquel entonces empezaban y que llegaron lejos… como Pepe Marchena, El Carbonerillo o Pepe Pinto.

Café del Arenal

Situado en la calle La Mar –actualmente García de Vinuesa-, Nº32, estuvo abierto de 1854 1892.

Café de La Marina

En la misma calle que el anterior –probablemente en el mismo local-, estuvo activo en los últimos años del siglo XIX y los primeros del siglo XX.

Café-Concierto Vista Alegre

Estuvo activo sólo unos meses en 1899 en la antigua calle Génova –actual Avda. de la Constitución-.

El Kursaal

Probablemente uno de los últimos en desaparecer, estaba situado en la calle O’Donnell Nº6, San Acacio –actual Pedro Caravaca- 4 y Sierpes 8, de 1914 a 1935.

Salón de Variedades

Junto a la Alameda de Hércules, tenía accesos en la calle Amor de Dios 23 y Trajano 14, en el afamado local del Cine Trajano, en 1918 y hasta 1936.

Café de Variedades

Su emplazamiento, de 1866 a 1875, fue la casa del rincón, situada en la calle Bayona 13 –actualmente Federico Sánchez Bedoya-.

Ideal Concert

En la Alameda de Hércules, ocupaba el número 24 de la calle Calatrava, de 1919 a 1924.

Salón Olimpia

Su ubicación fue en el número 1 de la calle Tarifa, en el mismo local que estuvo situado el primer Café del Burrero; hasta 1935.

El Tronío

En el número 35 de la calle Sierpes, cerró sus puertas en 1927.

Café Filarmónico

En la zona de la Alameda de Hércules, como varios de los anteriores, estaba situado en Amor de Dios, Nº23.

Café Sin Techo

Era un segundo local que El Burrero abría durante el verano, situado en la esquina de Reyes Católicos con el Paseo de Colón. También lo conocían como “Nevería El China” y “Nevería del Burrero”.

Curiosidades

  • Manuel Chaves Nogales, en su libro “La Ciudad”, hace referencia a un café cantante llamado Cabeza del Turco, fundado en 1922 en la calle Sierpes, aunque no hay más información al respecto, ni de los artistas que allí actuaran; aunque sí de los estilos flamencos, que formaban entonces la base de muchos de los cantes de hoy.
  • La Nevería del China o del Burrero –El Café Sin Techo-, situada junto al puente de Triana, fue escenario de la muerte de El Canario, a manos del padre de la cantaora La Rubia, en un acto que contribuyó a la mala fama entre la alta sociedad de los ambientes flamencos, un 13 de agosto de 1885.
  • El salón de Variedades, en la Alameda, tras su cierre en 1936, fue usado como cárcel provisional.
  • En palabras de Fernando el de Triana, el tablao del Café del Burrero era tan grande, que en él se lidiaron becerros de casta. Contaba también con palcos y habitaciones reservadas para familias adineradas.

En 1908 una orden ministerial, consecuencia de la mala fama que los detractores de este género extendían poniendo en tela de juicio la utilidad de estos locales -debido a que solían haber más publicaciones en las secciones de sucesos que de espectáculos-, dio la puntilla a los cafés, que llegarían a desaparecer –casi todos- en la década de los 20 del pasado siglo, pero dejando un flamenco mucho más completo, profesionalizado y revalorizado, que a partir de ese momento regresaría a los teatros; iniciando el periodo de tiempo conocido como la “ópera flamenca”, en el que tomarían el testigo del arte una generación de artistas sin igual; Manuel Vallejo, Tomás Pavón, Pastora Pavón, Manuel Escacena, Pepe Marchena, Manolo Caracol, el Niño Gloria, Manuel Centeno, Manuel Torre, Juanito Mojama… por poner algunos ejemplos.

Un momento en que la afición y presencia pública no hacía más que aumentar –cosa avalada por la continuamente creciente cantidad de discografía flamenca, que termina disparándose con el comienzo de los discos de pizarra-.

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